Noticias / El padre Treceño se traslada a Salamanca
Esta Noticia fue editada el: 10-11-2015

El padre Treceño se traslada a Salamanca max-width=

(La Nueva España)

El padre de todas las orlas

"Es un privilegio estudiar aquí", destaca Gumersindo Treceño, jesuita de 102 años que se despide del colegio de la Inmaculada tras 71 años a su servicio

Pablo TUÑÓN - Cerca de cumplir los 103 años se despide del colegio, pero tras 71 al servicio del mismo su impronta queda para mucho tiempo en los pasillos y aulas del mismo. El padre jesuita Gumersindo Treceño Llorente se trasladará en los próximos días a la residencia de la Compañía de Jesús de Salamanca. "Es un destino que no me va, porque es un destino para vigilarte más", bromea. Supera el siglo de vida, pero el padre Treceño no pierde el buen humor. Ni tampoco un ápice de amor por el colegio de la Inmaculada, donde ha desempeñado la mayor parte de su trayectoria dentro de la orden.

Ya retirado de la vida docente, en su rutina deja un buen rato por la mañana para observar a los niños del colegio en el patio. "Me siento a la sombra, protegido del sol, y me gusta verlos correr. Pero no es que eche de menos dar clase, estoy muy contento como estoy", confiesa Treceño, que nació en el pueblo leonés de Mansilla Mayor el 2 de enero de 1913. "Ese pueblo ha dado media docena de jesuitas; el más célebre, Segundo Llorente, mi primo, misionero en Alaska", añade, poco menos que de carrerilla, al recordar el nombre de su localidad natal.

A ella acudió para despedirse de su familia cuando, en un principio, iba a ser destinado a Cuba por la Compañía de Jesús. Pero ese destino, que quizá hubiese guiado su vida lejos de tierras gijonesas, se frustró. "Fui a despedirme de mi familia, pero no me fui a Cuba porque el Atlántico estaba copado por la escuadra norteamericana y no permitían viajar", recuerda.

Además, en 1932, durante la II República, llegó la última expulsión de los jesuitas. El padre Treceño puso entonces rumbo a Bélgica. Allí pudo perfeccionar su francés, idioma del que daría luego clases en la Inmaculada. Donde, además, fue inspector y consiliario de la asociación de antiguos alumnos.

Al colegio llegó en 1944. Sus instalaciones no gozaban del estado actual. "Recuerdo perfectamente que vivía con 16 internos en un tercer piso fuera del colegio. Dormíamos allí, desayunábamos todos los días en la calle Cabrales y luego veníamos por esa calle hasta el colegio. Entrábamos por arriba", cuenta Treceño, que no se olvida de que en sus primeros años "en el colegio hacía frío y hacía de todo".

El padre Treceño no se reconoce como un profesor autoritario. "Duro no era. Tampoco ponía muchos suspensos. El suspenso amarga", asegura. A ello añade buenas palabras para el alumnado de la Inmaculada. "Son todos respetuosos con nosotros. Veo a los alumnos muy adeptos al colegio, vienen con gusto y es un privilegio para ellos estudiar aquí. Aquí se encuentran bien. Los profesores aman a los chiquillos, dan las clases con gusto y con sencillez. Y hay mucha tradición. Vienen mucho por la tradición. Si el padre vino a la Inmaculada, el hijo tiene que venir", asegura Treceño.

Respecto a si guarda recuerdo especial de algún alumno, el veterano sacerdote jesuita no es muy partidario de destacar nombres. Pero hace una excepción con uno, el arquitecto Chema Cabezudo. "Era un antiguo alumno destacado, que ha fallecido recientemente", resalta. Treceño también colaboró para intensificar la actividad deportiva en el centro. "Se trabaja muchísimo el deporte, el campo de fútbol siempre está lleno", afirma.

Quizá el deporte forme parte de su receta para superar el siglo de vida con la cabeza bien alta. Pero él da más importancia a otras cuestiones. "Estoy a gusto como estoy, y eso influye mucho en el temperamento y en la longevidad. Hay que estar a gusto, no tener problemas y, si los hay, resolverlos con éxito", confiesa con sorprendente sencillez. Lo que no será tan sencillo para el colegio será no echar de menos a la figura del padre Treceño por sus pasillos. Siete décadas dejan mucha huella.

(El Comercio)

"No fui un "profe" duro. El suspenso amarga"

GUMERSINDO TRECEÑO, el veterano profesor jesuita de 102 años, se traslada a vivir a Salamanca

"Cuando llegué a Gijón, en 1944, al colegio llegábamos andando por la carretera. Ahora todos los alumnos quieren que sus hijos estudien aquí"

CHELO TUYA - "Je parle français, mais oui". No ha olvidado el francés. Tampoco ha olvidado su llegada a Gijón, en 1944: "Compartía piso con 16 internos, cerca de la Iglesiona. Teníamos que venir a desayunar a un piso en la calle Cabrales y, después, andando por la carretera hasta llegar al colegio. Hiciera frío o calor". Ni, por supuesto, que de su Mansilla Mayor, "un pueblo pequeño de León, que no es villa ni ciudad", han salido "ni más ni menos que media docena de jesuitas. El más importante, mi primo, Segundo Llorente, el misionero de Alaska".

Sin embargo, Gumersindo Treceño opta por el buen humor para "olvidar" que él es el mítico padre Treceño, el histórico jesuita que lleva dando clase en el colegio de la Inmaculada desde la primera promoción del centro, la de 1946, con una fama de hueso que él niega. "Nunca fui un "profe" duro. Ni con muchos suspensos. Los suspensos amargan", frase que pierde parte de su rotundidad cuando la completa con una gran carcajada. "Los suspensos amargan al alumno, claro", bromea.

Álvaro Muñiz, antiguo alumno distinguido en 2015

Unos alumnos de los que guarda un gran recuerdo. De nuevo aplica la memoria selectiva para no recordar ninguna gamberrada. "Eran todos muy educados y respetuosos", dice con una sonrisa socarrona, como cuando niega haber dado coscorrones. Y alguno habrá dado. Porque el padre Treceño, que en enero cumplirá 103 años, fue el profesor de la primera promoción. "La de 1946, la que tiene la orla en una esquina del pasillo. Y, fíjese, ahora las orlas dan la vuelta entera al edificio. Los alumnos nos hacen viejos sin querer".

Unos alumnos que recuerda más de lo que dice. Aunque insiste en que no puede decir el nombre de ninguno que le haya dado más dolores de cabeza de los habituales, sí es capaz de colocar a cada uno en su promoción. No en vano fue el consiliario de la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio de la Inmaculada, organización que en 2009 le otorgó la insignia de oro.

Copina de vino, gotinas de anís

Un premio que él eleva a todo el colegio. "Todos los alumnos que han pasado por aquí quieren que sus hijos estudien. Se ve que vienen contentos, porque aquí se les trata bien", asegura con la misma vehemencia que rechaza añorar las aulas. "No, no, me encanta verles mientras estoy sentado en un banco tomando el sol. No echo de menos dar clase".

Pero sí reconoce que echará de menos Gijón, ya que en breve se trasladará a la residencia que la Compañía de Jesús tiene en Salamanca. Allí espera repetir la misma rutina que en su ciudad de adopción: "Leer la prensa, dar paseos, ir a misa, tomar un cafetín...", relato que interrumpe para confesar que en la taza siempre hay "unas gotinas de anís", que cierran una comida marcada "por una copina de vino".

No obstante su marcha, no quiere el padre Treceño ningún homenaje. "Nooo, nada de homenajes, esos, que los hagan cuando muera. Yo no quiero nada", insiste sin perder la misma sonrisa que utilizó para negar haber sido un profesor duro o con muchos suspensos. "Que nooo, que no fui duro".

Duro fue, recuerda, haber estado desterrado, como toda la Compañía de Jesús. En 1932 se refugió en Bélgica, destino del que recuerda "lo complicado que era. Pese a que es un país pequeño, tenía grandes problemas. Muy dividido por el idioma: el francés y el flamenco".

Su opinión política se queda en Bélgica. Preguntarle por España y recibir por respuesta una sonrisa picarona, todo uno. "De como está el país prefiero no hablar". Casi el mismo tono para opinar sobre el papa Francisco: "¿Qué voy a decir? (Carcajadas) Es de la casa. Vive de acuerdo con todas nuestras normas".

Normas que él cumple a rajatabla. Si la Compañía decide que es mejor que resida en Salamanca, él acata el mandato y prepara la maleta. No obstante, no deja de hacer el último guiño: "Allí te vigilan más", sonríe, quizás pensando si en la residencia salmantina tendrá garantizadas la copina de vino y las gotinas de anís.

Foto Angel