Noticias / Recuerdo de la figura de Nicanor Piñole (p.1894) en la prensa
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Esta Noticia fue editada el: 18-07-2017

Recuerdo de la figura de Nicanor Piñole (p.1894) en la prensa max-width=

(La Nueva España)

El gran movimiento de mercado para poner en valor la obra de Nicanor Piñole

El pintor gijonés fue recibido por el Papa Pablo VI, quien le concedió un reconocimiento, y dos de sus óleos se incorporaron a salas del Vaticano

Manuel De Cimadevilla | Periodista - Ya el destino existencial lo había marcado desde los primeros meses de su existencia, ya que a los pocos meses de nacer, su joven padre, el capitán Nicanor Piñole, murió en el puente de mando del "Asturias", uno de los vapores más queridos por el empresario Melitón González García. De aquí que su benefactor fuese desde entonces aquel ejemplar naviero gijonés, que lo apadrinó y durante los dos años que le quedaban de vida hizo que nada le faltase. Tal como recuerda en su espléndido libro "Los pilares de Gijón", Francisco Prendes Quirós, aquel emprendedor nacido en el barrio de Ceares fue quien inicialmente dio el respaldo a dos emblemáticos pintores gijoneses: su sobrino carnal, Evaristo Valle, y su prohijado, Nicanor Piñole.

Durante ocho décadas sufrió la peregrinación, a modo de penitencia, al presentarse a todo tipo de concursos en los que sí fue valorado y premiado, pero la verdad es que los dineros que lograba no eran suficientes para colocarse en el nivel del gran pintor reconocido por todos. En aquellos tiempos siempre tuvo a su madre, Brígida, como pilar fundamental de sus ilusiones. De ahí que cuando se fue a Roma en 1902 pintó la radiografía de su realidad: "Familia pobre". Tras sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando viajó hasta París -donde conoció a Picasso y hasta compartió un premio con el genio malagueño- retornó a su villa natal dos años después donde pintó -por encargo del Congreso de los Diputados- un espléndido retrato de quien fuera su presidente: el excepcional político gijonés Melquíades Álvarez. Treinta años después, el Museo Nacional de Arte Contemporánea le compró su obra: "Marineros en el puerto de Gijón".

Las montañas asturianas llenaron su paleta de colores. Tras la Guerra Civil -tragedia que le inspiró tétricos cuadros como "El refugio"- en la primavera de 1941 el ilustrado Pedro González Coto llevó a su humilde buhardilla en la plaza de Europa a José Ramón Lueje -un afable inspector de Hacienda, cuya pasión más grande era la montaña- con quien recorrió durante muchos años sin cansancio alguno las montañas asturianas. Algunos veranos los pasó en aquel bucólico Lario, en la montaña oriental leonesa, hospedándose en la desaparecida "Casa Lupercio", donde no paraba de pintar extasiado ante el pico Mampodre. Tal como testimonió José Ramón Lueje -frase recogida en la primera biografía escrita por mí sobre el insigne montañero que tantos senderos abrió, en el año 2003, "Lueje, el amante de la montaña"- "Piñole no quería admitir tregua diciendo que era viejo y que le restaba mucha Alta Asturias sin conocer". Grandiosas montañas y fértiles tierras que llenaron su paleta de colores, que ya para siempre guardaría dentro de su cabeza.

El día que el triunfo llamó a su puerta. Mientras Nicanor Piñole seguía ganándose la vida a base de pintar retratos por encargo y sus famosos gallos, siempre en silencio y solitario en su estudio de la plaza de Europa, a principios de la década de los setenta alguien llamó a su puerta y le compró una ingente cantidad de cuadros. El viento soplaba de popa en la economía asturiana y muchos empresarios comprendieron la importancia de invertir en Arte para revalorizarlo. Uno de ellos fue el industrial naviero Francisco Javier Sitges -la mente de Nicanor Piñole recordó entonces el barco "Asturias" donde su padre perdió la vida- quien, sin escatimar gastos, montó una espectacular operación de imagen. El responsable de todo aquello fue el imaginativo Agustín Menéndez "Santarua" -quien también creo el Museo de Anclas de Salinas, la ceremonia anual en su Candás natal de la "Unión de los océanos" a la que hasta asistió don Juan de Borbón, y la Cofradía de la Buena Mesa de la Mar- que supo movilizar a prestigiosos escritores para que publicasen libros que ensalzasen la obra pictórica de Nicanor Piñole.

Debido a ello, la primera exposición de esta etapa triunfal fue en 1973 en la sede de "Repsol" en el paseo de Recoletos. Los únicos periodistas que cubrimos la rueda de prensa fuimos Carmen Rigalt -quien me confesó que no tenía ni idea de quién era Piñole- y yo publicándose mi crónica en primera página a cuatro columnas en el periódico local, como si fuese la noticia más importante de la jornada. A los pocos días el vespertino "Pueblo", que dirigía el polémico Emilio Romero -quien un día en su despacho de la calle de Huertas me aclaró su filosofía existencial: "Yo no me vendo, sólo me alquilo"- designó a Nicanor Piñole como "el pintor más popular del año".

También lo recibió, en audiencia oficial acompañado por su esposa Enriqueta Ceñal, el Papa Pablo VI, concediéndole la Medalla de Oro de su pontificado y dos de sus óleos fueron incorporados a las nuevas salas de pintura moderna del Museo Vaticano. Nicanor Piñole dijo entonces que el Papa lo había tratado como un padre y Salvador Dalí como un hermano, así como que le gustaría viajar a América donde nunca había estado. También aquel año lo recibió el Jefe del Estado, Francisco Franco, y no se quedó atrás el Centro Asturiano de Madrid, otorgándole su popular "Manzana de Oro". Al año siguiente, el gobierno le concedió la Medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes y la Academia de las Bellas Artes tampoco dudó en nombrarle académico de Honor, tras haber organizado una espectacular exposición antológica compuesta por seiscientos cuadros en el Museo de Arte Moderno de Madrid.

A la celebración de su centenario, el 6 de enero de 1978, asistió hasta el famoso fotógrafo catalán Alberto Schommer y, a los pocos días, la vela de su existencia se apagó sin estridencia alguna muriendo en pie como los robles que tanto había pintado por Asturias.

Quien contribuyó inicialmente a todo aquel montaje fue el crítico de Arte Jesús Villa Pastur, que así escribió sobre Piñole: "Su vida apenas presenta relieves pintorescos ya que fue una vida sencilla, humilde y entrañable, en la que se puede señalar la fisura tardía entre el laboral constante y resignado y la eclosión de la fama. No deja de ser curioso que Piñole, reconocido como gran pintor desde los años iniciales de aprendizaje por todos sus compañeros, fuese casi un desconocido para los rectores oficiales del arte y para los aficionados a la pintura. Incluso hoy, después de haber recibido los máximos honores a que un pintor puede aspirar, sigue siendo, en muchos sentidos, casi ignorado por el público en general y por muchos gerifaltes de la crítica actual".

Tras su muerte, Enriqueta Ceñal -al advertir que en el mercado había cuadros de Piñole que no habían sido pintados por él, sino por algún avispado émulo asturiano de Elmyr de Ory- encargó al notario burgalés Germán Cabrero Gallego que autentificase las obras que todavía quedaban en su poder estampando su firma y sello por delante de todos los cuadros.

"¡Qué barbaridad!", como exclamaría Juan Ramón Pérez las Clotas.

Foto Angel