Noticias / Memorias del P. Treceño, 1ª parte
«Después de la guerra los jesuitas iniciamos una pedagogía sin temores, de disciplina, pero con libertad»
Esta Noticia fue editada el: 25-10-2017

Memorias del P. Treceño, 1ª parte max-width=

Con motivo del fallecimiento de nuestro consiliario honorífico, P. Gumersindo Treceño, recuperamos sus "Memorias" publicadas en el año 2010 en la prensa local en tres entregas. 

 

(La Nueva España)

Docencia veterana

Gumersindo Treceño Llorente, jesuita y ex profesor del Colegio de la Inmaculada de Gijón

«Después de la guerra los jesuitas iniciamos una pedagogía sin temores, de disciplina, pero con libertad»

«La libertad está hoy más presente en todo, pero no ha llegado bruscamente, sino de forma gradual, y veo que el respeto sigue existiendo en nuestros alumnos»

«El día de 1932 que llegamos exiliados a Meerbeke, en Bélgica, nos salió a recibir el pueblo entero en procesión con la cruz en alto, como a mártires»

J. MORÁN GIJÓN - Con 97 años de edad el jesuita Gumersindo Treceño Llorente es uno de los más veteranos en la Compañía de Jesús, la orden fundada por San Ignacio de Loyola que cuenta con unos 20.000 integrantes en todo el mundo. De origen leonés, Treceño se afincó en el Colegio de la Inmaculada de Gijón en 1944 y, con tan sólo un breve paréntesis en Vigo, allí ha residido hasta el presente. Ha sido profesor de Francés y de Apologética (en los años en que existía tal asignatura), inspector de los estudiantes internos, encargado de los asuntos prácticos de la comunidad de jesuitas (lo que internamente se denomina padre ministro) y consiliario de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Inmaculada. Esta entidad el otorgó el pasado mes de diciembre la «Insignia de oro» por su dedicación a los ex alumnos del centro.

Casi un siglo de vida a las espaldas ha permitido a Treceño conocer el florecimiento de vocaciones del sacerdocio durante la segunda década del siglo XX, una etapa considerada por los historiadores como de restauración religiosa bajo Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera. Pero también sufrió el exilio a causa de la supresión de la Compañía de Jesús, decretada por la República a comienzos de 1932. «No guardo ningún rencor por aquello», manifiesta hoy el padre Treceño; «todo aquello está olvidado, aunque Bélgica me marcó mucho, profundamente, y he vuelto después varias veces con alumnos de Gijón, en cursos de francés».

Posteriormente, el jesuita asistió en primera línea a «cómo empezó a fraguarse tras la Guerra Civil una nueva pedagogía de los jesuitas hacia los alumnos, una pedagogía libre de temores». Fue en Mondariz, Galicia, donde se hallaba entonces trasladado temporalmente el Colegio de los Jesuitas de Vigo, y donde Treceño ejerció la docencia en lo que se denomina la etapa de «magisterio» de los jesuitas. «Aquella pedagogía didáctica la impulsaba el padre Enrique Encinas, provincial y rector, y combinaba la disciplina con la libertad del alumno».

Destinado ya a Gijón, en 1944, conocerá el Colegio de la Inmaculada (cuartel nacional de Simancas durante la guerra) en el estado de destrucción que hoy en día puede contemplarse en la maqueta conservada en el edificio. «El colegio ha formado a muchas generaciones, y hoy sigue teniendo el prestigio de su pedagogía y su tradición», afirma Treceño, quien aprecia que el mayor cambio desde sus tiempos hasta el presente consiste en que «la libertad está hoy más presente en todo, pero no lo he percibido como algo que haya llegado bruscamente, sino de forma gradual, y veo que el respeto sigue existiendo en nuestros alumnos».

Bajo la antigua Lancia. «Me nacieron, como decía el clásico, en Mansilla Mayor, provincia de León, el 2 de enero de 1913. Mansilla es un pueblecito castellano por el que pasa la carretera nacional Madrid-Gijón, y situado en el fondo del delta que forma el río Porma al entregar sus aguas al Esla, más caudaloso. Esta abundancia de aguas ha traído fertilidad a sus tierras y por ello en tiempos remotos los frailes benedictinos del Císter eligieron este lugar como sede para su convento de Sandoval. Según el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España, de Madoz, Mansilla Mayor contaba en el pasado con una gran plaza de abastos, muy bien surtida, y producía trigo, centeno, cebada, garbanzos, lino (en mis tiempos ya no), habichuelas, hortalizas y pastos. Había caza de liebres, codornices y perdices, y pesca de truchas, barbos, anguilas, cangrejos? Mansilla se sitúa debajo de Lancia, que está en lo que llamamos nosotros "la Cuesta", en un altozano que era un lugar estratégico extraordinario, que no podía ser visto desde abajo, pero que domina todo el entronque del Porma con el Esla. Allí, en lo alto de esa colina, se establecieron los primitivos pobladores, y surgió la ciudad de Lancia, que fue émula de las gestas heroicas de Numancia y de Sagunto, sus coetáneas. Los romanos la arrasaron, antes de que la Legio Septima Gemina pusiera las bases de la actual ciudad de León».

Un pueblo con seis jesuitas. «Ésta fue mi cuna, pero el dato que más destaco ahora es que de Mansilla han salido seis miembros de la Compañía de Jesús. Dos fueron misioneros en China, José y Yerónides Fernández Crespo, y su sobrino, Natalio Fernández Marcos, es hoy investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en materias de lenguas antiguas y Biblia. Otros dos jesuitas fueron Amando Llorente, que se fue a Cuba y fue profesor de Fidel Castro, y su hermano Segundo Llorente, el famoso misionero de Alaska y de los esquimales. Ambos son primos míos. Yo también iba a ser destinado a Cuba, años después de volver a España en octubre 1936, tras el exilio de la República, pero el océano Atlántico estaba intransitable a causa de la Segunda Guerra Mundial. El caso es que el ambiente de las familias de nuestro pueblo era notablemente clerical. Recuerdo que siendo yo monaguillo, en la semana de Pascua, recalaban por allí no menos de una media docena de sacerdotes oriundos del pueblo en visita familiar. Un tío mío, sacerdote, regentaba una preceptoría para seminaristas, para jóvenes que se preparaban para ingresar en el seminario. Y por esa preceptoría pasó, entre otros, mi primo Segundo Llorente. Todavía conservo entre mis recuerdos infantiles el paso de los hermanos Pepín y Yerónides para despedirse de la familia antes de salir para la misión de China».

Pase para el Noviciado. «En 1925 ingresé yo en el Colegio de Carrión de los Condes, en Palencia, y allí me encontré ya a Segundo Llorente, de junior, y a Yerónides, de novicio. Una vez al trimestre teníamos lo que se denominaba "fusión", que consistía en que nos podíamos juntar los estudiantes de distintas edades. No obstante, a diario, cuando ellos terminaban la "quiete" del mediodía por la huerta (el rato de descanso) y pasaban en filas y en silencio por el borde de nuestro patio, yo me colocaba estratégicamente para poder verlos y cruzar una mirada de complicidad y afecto. Así fui estudiando hasta llegar a cuarto curso, en el que tuvimos de espiritual al padre Valerio Agüero, de salud precaria, pero persona de gran valía y el que me dio el pase para el noviciado de los jesuitas. Ingresé en la Compañía en septiembre de 1929, en la casa Noviciado de Salamanca, con el asturiano Eloy de la Concha y Mariano Zaragoza. Por aquellos mismos días entraban Manuel Balbona, gijonés y también profesor de la Inmaculada durante muchos años, y Constancio de la Fuente, y José Andrés Sánchez. Todos éramos condiscípulos de Carrión de los Condes».

Toros y sotanas. «El advenimiento de la República, en abril de 1932, nos dio varios sustos. En dos ocasiones, por lo menos, tuvimos que abandonar la casona de Salamanca y acudir a la hospitalidad de familias amigas, en algunas de las dehesas de la provincia de Salamanca. Allí nos hospedaban en grandes barracones para el grano, y dormíamos sobre colchones tendidos sobre el suelo, que habíamos llevado en carretas desde el noviciado. Teníamos algunos problemas con los toros de las dehesas, que nos miraban más bien con hostilidad. A las reses bravas debía de sorprenderles el aspecto de aquellos nuevos inquilinos, tan diferentes a sus mayorales. Claro que todos nosotros andábamos ensotanados».

Tren apedreado. «Un decreto del Gobierno de la República, del 23 de febrero de 1932, disuelve la Compañía de Jesús en España con la obligación de que los jesuitas abandonen el territorio nacional en el plazo de siete días. Así de tolerante y demócratas se presentaban las izquierdas de aquellos tiempos. Yo tenía 19 años en enero de 1932. En la casa de formación del paseo de San Antonio de Salamanca éramos unos 300 jesuitas. Yo había hecho los votos cuatro meses antes y estudiaba Humanidades, lo que los jesuitas llamamos "juniorado". El día señalado para la partida nos subimos a los vagones de un tren. No puedo olvidar el detalle de los mozalbetes del barrio salmantino de Los Pizarrales, que apedrearon el vagón de nuestro tren en señal de despedida. Aquel día viajaban conmigo jesuitas asturianos como José María Patac o José Monasterio, además de Balbona y otros».

Un padrenuestro en castellano. «Sin otra alternativa, pasamos la frontera por Hendaya camino del destierro. Era el 1 de febrero de 1932. Al llegar el tren a Hendaya nos estaba esperando el padre Enrique Carvajal, nuestro provincial y entonces vicario general para España, dado lo especial de todo aquello. Carvajal vestía ya el traje de civil, y me impresionó verle vestido de paisano, a un hombre como él, jesuita de los pies a la cabeza. Alentó nuestra partida, nos dio los últimos consejos y nos despidió. El Gobierno de la República se había adelantado a nuestras previsiones, y el caserón comprado en Bélgica para albergar a toda la casa de Salamanca no estaba todavía en condiciones. Por eso partimos para Arlón, capital de la provincia de Luxemburgo, en Bélgica y en la frontera con el Gran Ducado. Allí nuestros colegas, los jesuitas belgas, con gran sentido de fraterna hospitalidad, suprimieron dos tandas de ejercicios espirituales en una casa de espiritualidad para albergarnos durante diez días. Después pasamos a un "chateau" en Meerbeke, al sur de Bruselas. Es zona flamenca, muy católica, y, dirigidos por el párroco de lugar, nos sale a recibir procesionalmente el pueblo entero, con la cruz en alto, como si recibieran a mártires. Nos condujeron a la iglesia parroquial y el sacerdote nos dio la bienvenida en latín. Luego nos dice: "Por favor, recen ustedes ahora el padrenuestro en castellano, porque ésa es la lengua de Santa Teresa"». Aquel ambiente nos envolvió y empezamos a distribuir con soltura entre aquellos nuevos y amables convecinos los saludos habituales del "goed dag" y "goed avond", que nosotros simplificamos fácilmente con el "guten dag" y "guten avon"».

Alubias en palanganas. «El "chateau" en el que nos instalamos tenía habitaciones grandes y dormíamos de 4 a 6 en cada una de ellas, sobre colchones recién comprados, tirados sobre el pavimento. Realmente no había nada de nada y sobre aquello solía recordar el padre Balbona que nos servíamos las alubias en palanganas. Yo añado que estaban sin estrenar, naturalmente, pero palanganas. Y es que no había otra cosa. Dos meses después, terminada la Cuaresma de 1932, nos trasladaron a Marquain, también en Bélgica, junto a la frontera francesa y cerca de Lille, o Lila, según su nombre castellano. El traslado de Meerbeke a Marquain lo realizamos en un camión de frutas totalmente cerrado, el mismo que nos trasladaba a Bruselas para pasar la revista militar en el Consulado de España. En Marquain estudié mucho griego y latín, y Humanidades en general, y después cursé la Filosofía en Marneffe, Lieja. Allí vivíamos en un "chateau" enorme, dentro de un bosque. Pese a todas las dificultades aquél era un lugar maravilloso».

 

Memorias del P. Treceño, 2ª parte

Memorias del P. Treceño, 3ª parte

 

Foto Angel