Noticias / Emotivo adiós a Pachi Cuesta ayer en La Inmaculada
«Quiso mucho y enseñó a servir»
Esta Noticia fue editada el: 26-11-2017

Emotivo adiós a Pachi Cuesta ayer en La Inmaculada max-width=

(La Nueva España)

Emoción colegial en la despedida de Pachi Cuesta, entrenador del "amar y servir"

Los Jesuitas celebraron ayer el funeral por uno de sus curas más queridos, impulsor de los campamentos de verano y un apasionado del baloncesto

I. P. - Fue un hombre querido y respetado como profesor de Latín y Griego y como entrenador de baloncesto. También como sacerdote jesuita. Pero la prueba inequívoca de que el jesuita Ángel Cuesta Ramos, Pachi Cuesta, impregnó de amor todo aquello que hizo en vida quedó ayer patente ante decenas de personas, generaciones y generaciones de antiguos alumnos, que abarrotaron la nada pequeña iglesia del colegio de la Inmaculada. El Pachi jesuita, el Pachi persona prevaleció ayer sobre cualquier otra disciplina porque con su vocación de servicio y amor hizo mejores a los hombres y mujeres a los que educó y para los que fue guía y bastón durante casi medio siglo en Gijón.

Es por ello, por la bondad demostrada de Pachi Cuesta (San Martín de Torres, León, 1941 - Gijón, 2017), que las lágrimas que ayer vertieron sus familiares; sus compañeros de claustro y demás personal del centro; sus pupilos en los campamentos de verano en Santibáñez, entre otros sitios, y que ayer lucieron todos las sudaderas colegiales; sus jugadores de baloncesto; sus múltiples alumnos y una lista infinita de amigos fueron más de gratitud que de pena. Su amigo José Guerrero, exdirector del colegio y cuyo emotivo discurso pueden leer en la página siguiente, advirtió, con lágrimas en los ojos pero con su característica voz firme, que si Pachi les viera llorar hubiese dicho a todos los presentes "¿qué coño hacéis llorando, so mongoles?".


Pero tanto Pachi como Guerrero saben que las lágrimas ayer derramadas -dentro de un año muy duro para la comunidad jesuítica de Gijón por la muerte, entre otros, de tres de sus puntales, como eran el padre Cifuentes, el padre Treceño y ahora el propio Pachi- eran de felicidad por haber compartido ratos con un hombre "honesto y coherente" que aprovechó todas sus facetas para, desde la fe, inculcar que "los valores del respeto y la aceptación a los demás, el trabajo, la entrega, la asunción de responsabilidad y la solidaridad eran compatibles con el descanso y la diversión".

El funeral duró más de hora y media. La comunidad jesuítica del colegio de la Inmaculada cedió la presidencia de la misa al padre José María "Josechu" Peña Cuesta, de la orden de los Paúles y cuyo apellido desvela su consanguinidad con el difunto. El sobrino de Pachi estuvo arropado por los sí sacerdotes jesuitas José Manuel Peco y Alfredo Flórez Cienfuegos-Jovellanos, actual director del centro, que concelebraron el funeral junto a más de una decena de jesuitas.

Fue el propio Josechu Peña quien desglosó durante su homilía una pizca de la vida de su tío, al que todos conocían como "el cura". El mismo cura que decía que quien no valiese para las letras no valía para nada y que en su equipo de baloncesto sólo quería a los mejores pero, no sólo con la canasta. Pachi Cuesta exigía que también fuesen los mejores en sus notas académicas, en su comportamiento y en su compañerismo. "Vio en el deporte una forma de compartir y transmitir los valores humanos para hacer personas", relató su sobrino durante sus palabras.

Pachi siempre apostó por unir, por crear lazos, y es por ello que el rezo del padre nuestro gallego se llevó a cabo con todos los asistentes dándose la mano y las voces jóvenes de muchos monitores del campamento marcando el ritmo. También ellos interpretaron, durante la comunión, "Mi Dios gitano" como tantas y tantas veces hicieron en los campamentos tutelados por Pachi Cuesta. Tras entonar el himno del colegio -y ya con el coro de padres marcando el ritmo- y mirando todos los presentes a la virgen de la Inmaculada, a la que por las noches bajaba a rezar Pachi Cuesta, el féretro con sus restos mortales, ya impregnado del litúrgico incienso y el agua bendita, cruzó en hombros el pórtico del templo. Lo hizo al tiempo que una atronadora ovación -de la misma profundidad que la que exigió para Pachi José Antonio Fidalgo tras su solemne discurso- escondía el sonido del sollozo generalizado de los tantos excolegiales que ahora tienen por delante el reto de continuar la obra de este entrenador de baloncesto. En especial, el pesar del no menos querido por la comunidad jesuítica hermano Tomás Nistal, apoyo durante años de Pachi Cuesta. El próximo sábado su San Martín de Torres natal recibirá sus cenizas. 

(El Comercio)

«Nos quedamos sin un referente»

Compañeros, antiguos alumnos de la Inmaculada, familia y amigos despiden al padre Cuesta, «todo un ejemplo» | «Gracias, Pachi. Nos has querido mucho y nos has enseñado con tu ejemplo a servir con esfuerzo, colaboración y trabajo»

EUGENIA GARCÍAGIJÓN - Al marchar Pachi, generaciones enteras de antiguos alumnos ya no tienen referente en el colegio. Pero gracias a Dios, nos quedan sus enseñanzas y ejemplo». Las palabras de José Guerrero, quien fue alumno del fallecido y director del colegio, resumen el sentimiento de los cientos de personas que llenaron ayer la iglesia de la Inmaculada para despedir, visiblemente emocionados, al sacerdote Ángel Cuesta, que a todos «quiso mucho y enseñó a servir».

«Pachi era un leonés amigo de sus amigos, entregado al servicio y a la ayuda de los demás. Tenía un "repente" pleno de sinceridad y sin dobleces, sabía felicitar y elogiar sin adulación y reprender sin dejar huella de castigo», recordaba el profesor jubilado José Manuel Fidalgo. El padre Cuesta, fallecido el viernes a los 76 años, se definía a sí mismo como «jesuita y entrenador». A lo largo de los cincuenta años que estuvo vinculado a la Inmaculada cultivó en los colegiales las virtudes de ambas personalidades, la religiosa -«muy apegada a la realidad»- y la deportiva.

Su vocación religiosa se forjó en Valladolid, aunque fue en Gijón donde Pachi fue ordenado el 27 de junio de 1970. «Era un ejemplo de "servus servorum Dei" a través de su labor de vida como deportista y profesor y de su trabajo, entre gritos y silencios, en las aulas y en las canchas», expresó Fidalgo. Su sobrino Josechu ofició la misa junto con varios sacerdotes, entre otros Alfredo Cienfuegos, director del colegio, y José Manuel Peco, superior de comunidad. El sacerdote destacó la fe de su tío Ángel y la «sabiduría pastoral de la que ha hecho gala sabiendo leer los tiempos, como buen jesuita». Pero sobre todo, en sus oficios, en las aulas o en la cancha, incidió, «él unía».

El padre Cuesta

«El baloncesto era su vida. Lo trajo al colegio y lo inculcó en la ciudad» al cofundar el Gijón Baloncesto, recuerda el exalumno Adriano Sánchez, a quien Pachi entrenó. En esta última faceta, utilizó la canasta para transmitir la importancia del sacrificio y del esfuerzo a varias generaciones de escolares que forjaron su carácter en la cancha. «A los que jugamos en el equipo del colegio nos transmitió unos valores incalculables. Nos formó y nos enseñó a crecer y a luchar a contracorriente». Y a algunos incluso les convirtió en campeones de España. Luis Carrujedo, Nacho y Leopoldo Galán y Ricardo Caballero, entre otros de quienes aprendieron los secretos del deporte de la canasta con el padre Cuesta, le daban ayer su último adiós.

Como coordinador de las actividades extraescolares fue «el ‘alma mater’» del deporte en la Inmaculada, pero también dejó una huella imborrable en los campamentos de Santibáñez, donde a veces «miraba hacia otro lado» para permitir la diversión de los más jóvenes, a quienes, como recordó la antigua alumna Inés Meana, comprendía perfectamente. La colaboradora en campamentos y otras actividades expresó en su discurso el pensamiento de todos los presentes: «Nos dejas huérfanos de espíritu, pero gracias por no llevarte nada de eso y dejárnoslo para disfrutarlo».

«Construyó algo que unió a muchas generaciones distintas de antiguos alumnos», afirmaba el joven Eduardo Gafo, vinculado al campamento, quien lamentó no haber tenido la fortuna de coincidir más tiempo con el sacerdote. «Lo comentaba hablando con amigos: la mayor pena de los más jóvenes es no haber tenido el tiempo suficiente para haber podido aprender más de él», cuenta. Y es que el padre Cuesta, moviendo gradas, limpiando el patio escobón en mano o echando una mano en las fiestas movía a todos. No hacía falta que mandara nada: «Él iba el primero y el resto íbamos detrás, siguiéndole». «Era increíble su capacidad de aunar esfuerzos, de conseguir que la gente trabajara mano a mano y feliz».

La Inmaculada llora a su entrenador. Y lo hace con un agradecimiento infinito y con la promesa de no olvidar las lecciones de quien fue un educador absoluto. Por su «cabezonería, por creer en las mujeres, por empoderarlas». También por «enseñarnos a ser solidarios, a perdonar, a ser agradecidos» y por «ser un visionario», así como por «ceder el protagonismo a los demás».

«Por las puertas abiertas de tu despacho, de tu casa, de tu familia. Por tu entusiasmo con nuestros hijos, por tu generosidad, por tu entrega». Por todo eso, el colegio exclama: «Gracias, Pachi.»

 

 

Foto Angel