(La Nueva España)
A José María Llinares, socio 835 del Grupo Covadonga, y con 53 años de antigüedad, el reto de convertirse la figura que defienda al socio grupista le parece apasionante. “La clave es tener mucha mano izquierda, empatía, hablar mucho con todo el mundo, saber escuchar y resolver”, confiesa. Le ha tocado relevar a su amigo Alberto Sánchez, compañero de “La pachanga”, y que ha vivido la “gratificante” experiencia de ser el nexo de unión entre los socios y la directiva, para que “se cumplan los valores del Grupo”.
El defensor del socio es una figura creada hace un par de décadas, que ambos ven muy necesaria. “Lo que nos diferencia de otros clubes es que el socio del Grupo se identifica mucho con la entidad y le gusta mucho presumir de que es grupista. Todas esas quejas que nos llegan, o esas cosas que se manifiestan que no se ven bien, tienen que analizarse para hacer que el Grupo sea mejor. Es una figura clave”, coinciden en señalar los defensores del Grupo entrante y saliente.
Llinares llega al cargo tras aprobarse su nombramiento en la última asamblea, “en un momento de tranquilidad social”, pero con un reto también difícil. “Ahora toca el regreso a la normalidad, y hay que estar preparados para que todo salga bien. El tema de los aforos, los usos de los vestuarios y buscar la fórmula para que todo el mundo esté contento y pueda disfrutar de las instalaciones es el reto que toca”, estima.
Tras unos primeros días calmados como defensor del socio, poco a poco le han ido llegando a Llinares algunas cuestiones al buzón de atender que ha ido resolviendo. “No es mucho trabajo el que hay, porque el Grupo es una entidad que funciona muy por libro, sin mucho margen de error”, advierte su antecesor en el cargo. “El problema muchas veces de los puntos de conflicto se atribuye más al socio que a la entidad, porque la gente no se da cuenta que somos muchos socios, y todos miran por cuestiones muy concretas y particulares, en las que es necesario unas normas mínimas”, desvela Sánchez. Y pone ejemplos: “Al final, mucha gente se queja por olvidarse el carnet y tener que entrar, algo que no se puede admitir, porque entregó fuera de plazo una solicitud para una actividad o porque quieren que su hijo tenga más protagonismo en un equipo”.
A Alberto Sánchez, por su parte, le tocó vivir en los últimos seis años problemas relacionados con la entrada de los socios procedentes del Centro Asturiano de La Habana. “Hubo lío con diferentes interpretaciones”, recalca, antes de añadir que durante la pandemia no ha habido demasiados problemas y que la tónica general es de buen entendimiento. “Lo ideal es que las cosas que nos lleguen sean aquellas que pasaron antes por el Grupo y que, ante la falta de acuerdo o contestación, tengamos que entrar para mediar”. En su caso, a la hora de hacer balance, recuerda también otra serie de conflictos en los que tuvo que intervenir. “Los cambios en el Grupo siempre son difíciles, pero es inevitable que muchos se hagan por una evolución necesaria. Recuerdo en estos años que hubo protestas por los cambios de horarios para la actividad de tenis, a raíz de que en el pabellón se quitó una pista y se hizo multiusos”, apunta.
Los dos “defensores” son grupistas de familia, de los que juegan los domingos su pachanga de fútbol. Y de los que en su casa es habitual pisar las instalaciones durante la semana. Alberto Sánchez, por ejemplo, tiene a su hijo Omar en el tenis y a Nel en el piragüismo, mientras que los hijos de José María Llinares hacen tenis, en el caso de Bea, y a Javi en el pádel. “Me ilusiona seguir la estela de Alberto. Que haya problemas significa que el Grupo está vivo. Y que exista una persona que medie para encontrar una solución es algo fundamental que nos hace especiales”, concluye Llinares.
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